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«¿Tú sabes por qué no te pongo la pistola en la boca?»
Carlos era un hombre muy atento, buenmozo, profesional, de una buena familia, gracioso y sobretodo amoroso. Era el típico hombre que cualquier mujer desearía para casarse. Mis amigas celebraban y se alegraban por mí. Y yo creía que él sería mi pareja para toda la vida, porque en el tiempo que estuvimos conociéndonos me demostró que era el hombre que siempre había estado esperando. Era para mí como ese príncipe azul de las historias de amor que un tren deja en la estación cada año bisiesto.
En una de sus visitas al país, un día salimos a compartir con unos familiares y me sorprendió que no me dejara bailar ni siquiera una pieza con uno de mis tíos, a pesar de que él tampoco me invitaba a bailar, porque no sabía. Pensé que quería compartir más tiempo conmigo, pues había llegado de Los Ángeles, California (Estados Unidos), hacía dos días, y por el tiempo que tenía sin verme pensé que me extrañaba demasiado. Después de esa noche, nuestra relación amorosa continuó con toda normalidad, como una relación cualquiera.
Algunas semanas más adelante, un sábado cualquiera salí a compartir con mi círculo de amigas y dejé el teléfono en la casa. Cuando llegué a mi casa encontré 19 llamadas pérdidas de mi novio. Cuando lo llamé acordamos que me pasaba a buscar para salir a cenar. Cuando me subí a su vehículo, ni bien me saludó. Me agarró por el cuello, diciéndome: “¿Tú sabes porqué no te pongo la pistola en la boca ahora mismo? Porque papi anda con ella. Por eso tú te salvas”. [Ver más detalles]