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Homenaje al ombligo

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Homenaje al ombligo

Como siempre, algunas noches suelo sentarme junto al abuelito a tomar el fresco (si acaso hay brisa) bajo una mata de pino araucaria, mencionada en una entrega anterior, donde ambos nos dedicamos a analizar a profundidad diversos temas.

El abuelito, además de tener una mente lúcida a pesar de sus casi cien años, tiene una agudeza y sentido del humor increíbles.

Justo ayer, tratando de tomarle el pelo (algo imposible, pues es completamente calvo) le pregunté si había leído algún tratado sobre el ombligo, aditamento importantísimo en los seres humanos y especies animales, pues por ahí es que se alimentan cuando están en el vientre de la madre, a través del cordón umbilical.

Si en una ocasión rendimos un homenaje a las tetas, pienso que ahora le toca al ombligo. El abuelito respondió:

–No conozco ningún tratado sobre el ombligo, pero en algunos textos literarios lo mencionan, especialmente aquellos que describen situaciones muy…románticas, digamos.

–Según la definición académica—continuó el abuelito—el ombligo es la “cicatriz redonda que queda en medio del vientre, después de romperse y secarse el cordón umbilical”. Sin embargo, aunque luego que se corta el cordón umbilical no sirve para nada, el ombligo es mucho más que eso y los hay de todo tipo.

Existen ombligos pequeñitos y medianos, unos como un chele majado, otros como una ciruelita pasa, todos hacia adentro, excepto los “bombolones” que parecen globitos, y que cualquiera tiene la tentación de darle “timbola sin cola”. Otros parecen un ojillo a medio cerrar, como si quieran espiar a alguien.

–Conozco una chica que tiene un ombliguito de lo más qué sé yo—dije, mientras disfrutaba de rico traguito de vino, naturalmente porque lo trajeron.

–¿Cómo sabes eso?—me preguntó el abuelito.

–Porque se lo he visto: siempre anda por ahí con una blusita cortísima. Tiene una que se le ve hasta la cédula.

–Ah…
–Es que hoy día…
No terminé la frase, pues el abuelito me interrumpió.

–En otros tiempos, mostrar el ombligo era considerado un tabú. Sin embargo, en la actualidad, ciertamente el ombligo tiene un propósito puramente estético, como lo demuestra el uso de común de cierta ropa femenina que dejan el ombligo al descubierto, o que incluso sea muy frecuente que el ombligo se adorne con piercings, esas argollitas que usan mucho las chicas afroamericanas en los Estados Unidos y también en otros países de Europa.

Como bien dices, querido Santiaguito, el ombligo puede tener diferentes formas y tamaños, y se define por el modo en que se corta el cordón umbilical, no por la genética.

–Claro, claro, abuelito, pero aparte de eso hay muchos agradables a la vista, salvo para ciertos políticos que parecen estar ciegos. Nada más bello que el ombliguito de una mujer con bikinis en la playa. Los ojos de los “leones silenciosos” se regocijan con esa cicatriz que casi divide el cuerpo humano en dos, como quien dice “cada parte con su cosa”, lo que significa que ambas están donde deben estar, por supuesto, para funciones diferentes.

–Cuéntame, Santiaguito, ¿alguna vez le hiciste a una mujer cucurucú en el ombligo?
–La verdad es que…
–Gozan muchísimo con eso. Pregúntale a alguna amiga tuya si le han hecho cucurucú en el ombligo, y te dirá que no. Si acaso te dice que sí, pregúntale el nombre de quién fue y te quedarás asombrado.
–¿Cómo así, abuelito?

–Porque en este país el único hombre que le hace a las mujeres cucurucó en el ombligo, soy yo.
Tras de lo cual el abuelito se levantó de su silla y se fue tranquilito riéndose muchísimo, mientras tarareaba la canción ¿Quién tiene tu amor? imitando a Felipe Pirela. [El autor Santiago Estrella Veloz es periodista]

Es divertido, a pesar de todo, vivir en un país donde al peso le llaman tolete, a la corbata chalina, a la llovizna mollina y a la ponchera terina.


Sin contar lo fácil que entendemos cuando alguien nos pide: «Ey, tú, pásame la vaina esa que está ahí al lado de la cuestión, debajo de la pendejá, para entregársela al carajo este» 

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