OpinanDO
Pedro y Judas: «El peligro de las apariencias»
Solamente Dios conoce los corazones. Por lo tanto, él es el único que puede juzgar con rectitud y justicia perfecta. Las apariencias engañan al ojo humano, pero no al divino.
A veces, Dios en su amor y misericordia permite el desarrollo de ciertas situaciones desagradables, con el propósito de enseñarnos lecciones para nuestro bienestar temporal y eterno.
Satanas y Judas aparentaban ser buenos, y sus argumentos parecían justos, razonables e irrefutables. Solamente el tiempo revelaría los motivos secretos de esas criaturas tan perversas. En contraste con la vida del reflexivo Judas, está la del impulsivo Pedro. Estos dos personajes representan a un amplio sector de la cristiandad.
Con razón alguien escribió: “Le temo más al reflexivo Judas, que al impulsivo Pedro”
Judas era hipócrita, en cambio, Pedro era sincero.
El traidor era diplomático y calculador, pero Pedro era un hombre espontáneo y expresivo.
Por tales razones Jesús trató a ambos discípulos con el mismo amor, pero no de la misma manera. Al respecto la escritora Elena White -con su Pluma Inspirada- nos dice lo siguiente en:
“Mientras Jesús estaba preparando a los discípulos para su ordenación, un hombre que no había sido llamado se presentó con insistencia entre ellos. Era Judas Iscariote, hombre que profesaba seguir a Cristo y que se adelantó ahora para solicitar un lugar en el círculo íntimo de los discípulos. Con gran fervor y aparente sinceridad, declaró: “Maestro, te seguiré a donde quiera que fueres.” Jesús no le rechazó ni le dió la bienvenida, sino que pronunció tan sólo estas palabras tristes: “Las zorras tienen cavernas, y las aves del cielo nidos; mas el Hijo del hombre no tiene donde recueste su cabeza.” [5] Judas creía que Jesús era el Mesías; y uniéndose a los apóstoles esperaba conseguir un alto puesto en el nuevo reino, así que Jesús se proponía desvanecer esta esperanza declarando su pobreza.
Los discípulos anhelaban que Judas llegase a ser uno de ellos. Parecía un hombre respetable, de agudo discernimiento y habilidad administrativa, y lo recomendaron a Jesús como hombre que le ayudaría mucho en su obra. Les causó, pues, sorpresa que Jesús le recibiese tan fríamente.
Los discípulos habían quedado muy desilusionados de que Jesús no se había esforzado por conseguir la cooperación de los dirigentes de Israel. Les parecía que era un error no fortalecer su causa obteniendo el apoyo de esos hombres influyentes. Si hubiese rechazado a Judas, en su ánimo habrían puesto en duda la sabiduría de su Maestro. La historia ulterior de Judas les iba a enseñar el peligro que hay en decidir la idoneidad de los hombres para la obra de Dios basándose en alguna consideración mundanal. La cooperación de hombres como aquellos que los discípulos deseaban asegurarse habría entregado la obra en las manos de sus peores enemigos. (El Deseado de todas las gentes, pág 260.4)
Es notable el hecho de que Judas no fue llamado, ni fue rechazado, ni bienvenido por Jesús. Él salvador lo recibió con frialdad.
Las apariencias pueden engañar hasta a un viejo, sabio y veterano profeta como lo era Samuel, pero no a ningún miembro de la Deidad. Dios conoce nuestros corazones y puede ver el fin desde el principio. “Y Jehová respondió a Samuel: No mires a su parecer, ni a lo grande de su estatura, porque yo lo desecho; porque Jehová no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón.” (1 Samuel 16:7)
No se tú, pero yo me siento más cómodo relacionándome con el tosco e impulsivo Pedro, que con el refinado, reflexivo e hipócrita Judas. También siento pesar por aquellos que deliberadamente mutilan sus conciencias del deber, porque ella está en pugna con sus egoístas ambiciones. Le temo a los hombres que se compran y se venden. A aquellos que como Judas son capaces de vender y traicionar a sus amigos, para lograr sus mundanos objetivos.
Finalmente debo decirte que no importa cuales sean nuestros rasgos de carácter heredados o cultivados, Jesús puede y quiere transformarnos. Él nos recibe como somos, pero nos deja como tales. Si estamos en él, seremos nuevas criaturas para su honra y gloria. Así como Pedro fue transformado por su gracia, tú y yo también podemos.
El autor Tony Acosta es un laico de la Iglesia Adventista