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A nueve años de la muerte de Luisito Martí
Han transcurrido nueve años de la muerte de Luisito Martí, cantante, humorista y presentador de televisión dominicano. Su fallecimiento se produjo a los 65 años de edad.
El deceso del artista fue en el Centro de Medicina Avanzada y Telemedicina (Cedimat) alrededor de una semana.
Las honras fúnebres fueron en el salón E de la Funeraria Blandino.
Su vida estuvo tan íntimamente ligada al arte popular dominicano, que cualquier historia sobre el tema puede parecer una biografía suya. Latinoamérica hoy baila un ritmo que él le impregnó al merengue, armonizando su conga con la tambora. Le devolvió vida, creatividad e histrionismo a la comedia y en el cine universalizó la experiencia migratoria dominicana.
Músico, cantante, compositor, arreglista, libretista, director de orquesta, comediante, actor, animador de TV, escritor de guiones, director y productor de cine, son algunas de las ocupaciones de Luisito Martí.
Y fue premiado en todas esas categorías. Con el Combo Show de Johnny Ventura ganó tres Discos de Oro (La Muerte de Martín, Te Digo Ahorita, y ¿Qué Pasa Papo?) Entre 1978 y 1983 dirigiendo su orquesta, El Sonido Original, pegó éxitos como El mudo, óato, A mi hijo no me le den, Te dijeron que bebieras así, Gato entre macauto y Depende de la bolita, entre otros.
Ganó premios Casandra, un Soberano, fue comediante del año, mejor show de nightclub, mejor show de humor en TV (Luisito y Anthony), por el show de Luisito Martí; también ganó varios premios ACE en Nueva York.
Los premios, sin embargo, son otorgados por los críticos, que son simples parásitos del autor. Si el artista no crea, el crítico se muere de hambre. O tendría que buscarse un empleo serio, ponchando tarjetas tempranito en la mañana, demostrando que hizo algo útil y constructivo para la sociedad para cobrar cada quincena.
La verdadera grandeza de un artista se mide en la trascendencia de su obra, no por la opinión de críticos manipulables y sobornables.
Un artista demuestra la irrelevancia total de críticos y premios, cuando crea personajes con sentimientos, emociones, frustraciones y residencia permanente en el inconsciente colectivo de su audiencia.
“Balbuena”, el personaje parido por la fértil imaginación de Luisito, tiene la inocente picardía del dominicano. Y dice grandes verdades que, sin la apropiada dósis de humor, pudieron costarle la cabeza. Con Balbuena en “Nueba Yol”, Luisito parte de lo individual, la realidad de un inmigrante dominicano. Y universaliza esa experiencia, en el contexto de los más de 200 millones de inmigrantes que habitamos el planeta. Este trabajo salió de una ex tensa conversación con Luisito.
Junto a Milagros, su esposa y compañera de toda la vida, él recibió a un grupo de amigos en la residencia de su hijo Luisín y su esposa Martha, en Fairlawn, New Jersey.
Todos preguntamos de todo y Luisito respondió. Estaban Jesús Martínez, músico, actor e instructor de la Academia de Policía de Nueva York, Carlos McCoy, analista político de El Nuevo Diario, José García Blanco, pintor y escritor, el empresario Miguel Batista, y Johnny Núñez, Sargento del NYPD.
Fue una hermosa tarde veraniega, bajo un frondoso sauce, entre acordes de guitarra, chistes, picaderas y copas, Luisito nos contó su vida personal y profesional.
Su prolífica y diversa producción es incomparable, pero su trayectoria guarda un impresionanate paralelismo con una de las figuras más relevantes del siglo XX dominicano.
Juan Bosch A principios del siglo pasado, ningún dominicano podía “enseñarle” como contar un cuento, escribir un ensayo, o fundar y dirigir dos partidos políticos. Su cerebro era un hervidero de preguntas sin respuestas y, con la lectura, Juan Bosch calmó la incontenible curiosidad que lo consumía.
Nadie le enseñó nada, él se enseñó todo, y su trabajo es estudio obligado para los políticos dominicanos.
A mediados del siglo pasado ningún dominicano podía enseñarle a Luisito a tocar una conga y sincronizarla con la tambora, ni cómo crear un personaje, escribir libreto y actuarlo. Nadie le enseñó nada, él se enseñó todo, y su trabajo es estudio obligado para muchos artistas dominicanos.
Luisito interesado en hacer algo, como Bosch, busca libros sobre el tema y estudia. Cuando no hay textos, comienza a practicar hasta hacer lo mejor posible.
Bosch es el gran autodidacta de las letras y la política, Luisito es nuestro gran autodidacta del arte popular y el entretenimiento.
Nunca fue a ninguna escuela de artes. Luisito expandió sus alas y voló bajo el firmamento artístico dominicano, desde donde distribuyó muchísimos ritmos y carcajadas.
Crianza musical
Los dioses suelen armar extrañas conspiraciones para alcanzar simples objetivos. Sacan gente de sus casas, la guían a lugares desconocidos, la juntan con otros desconocidos y la pobre gente ni sabe que participa en una conspi ración ajena. A Concepción Hernández la sacaron de Bayaguana y a Juan Marte de Guerra, ambos terminaron en la capital. Se conocieron, se cayeron bien y el martes primero de febrero de 1945, Concepción parió varón en el hospital Padre Billini.
Juan fue a la Oficialía Civil a registrar al niño como Luis Bernardo Marte Hernández, pero los dioses tenían otro plan. Juan mostró su cédula con su apellido Marte, pero el oficial del Estado Civil escribió Martí, y quien debía ser Luis Marte es Luisito Martí. Los dioses le cambiaron el nombre.
Ellos siempre hacen eso
A Abram un día le metieron una H y otra A, convirtiéndolo en Abraham. Saulo, un matón de cristianos se subió al caballo, un rayo lo tumbó y cuando se levantó era Pablo, el Apóstol de los Gentiles.
En casa empezó la formación artística de Luisito. Juan era chófer de Salud Pública, pero se deleitaba tocando conga por “puro amor al arte”. Luisito creció con la conga como música de fondo En la escuela Socorro Sánchez, de Villa Duarte, Luisito tenía serios problemas cuando sonaba la banda de música.
Abandonaba las clases y salía del aula como un sonámbulo hasta llegar a los ensayos. Por eso el director de la banda, Cuzo Cuevas, le prestó una corneta para que practicara en su casa.