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Los tres dramas de Salomé Ureña
Pregunte usted, por la forma más segura que encuentre a jóvenes estudiantes dominicanos, ¿quién fue Salomé Ureña de Henríquez?. Y la respuesta de ordinario habrá de ser “una poeta que escribió un poema llamado «Ruinas” y cuyas estrofas más conocidas dicen:
“Memorias venerandas de otros días,
soberbios monumentos,
del pasado esplendor reliquias frías,
donde el arte vertió sus fantasías,
donde el alma expresó sus pensamientos.
Águila audaz que rápida tendiste
tus alas al vacío
y por sobre las nubes te meciste:
¿por qué te miro desolada y triste?
¿ do está de tu grandeza el poderío?...
Algunos les dirán que también fue maestra, o repetirán la valoración que ha planteado el doctor Joaquín Balaguer en su Historia de la Literatura Dominicana, en el cual la describe como poseedora de una “su fuerte personalidad lírica, su acento poderosamente varonil” (1).
Tras recibir el contenido de una conferencia sobre su vida, presentada por Angela Hernández, queda un cuadro de vida absolutamente distinto a lo que se cree y dice de lo que fue su obra y su existencia y se pregunta: ¿Y de donde sale el verdadero perfil de esta Salomé, sin dudas es más grande, más formidable y más sufrida que el modelado dato histórico que a fragmentos nos llega sobre ella?
El resumen de su existencia se podrá obtener con los tintes de lucha social, la reivindicación de género en una época que aspirar a la igualdad de derechos de la mujer era enfrentar poderes establecidos y una existencia matizada por el drama del abandono hasta el extremo de haber muerto, a los 46 años por tuberculosis. Como puede verse la suma de todos los elementos para el guion de una película biográfica que a nadie se le ha ocurrido.
Es decir que, a juicio de Balaguer, ella hacia poesía masculina, al considerar que sus poemas salían de los limites intimistas de la cotidianidad, de la visión y ejercicio de la maternidad y los oficios de la casa, visión propia de las poetas del encierro hogareño.
Angela, quien fue invitada a exponer en el III Ciclo Letras Dominicanas, auspiciado por el Consulado Dominicano de Milán y presentada por el profesor Danilo Manera con la colaboración del cónsul, Ramón Carreño, presenta verdades poco conocidas de su obra poética, educativa y social, a lo que agrega el drama familiar por el virtual abandono de su marido, quien se fue a París, Francia a realizar estudios y que se tomó mucho más tiempo del que le fijó como fecha de regreso.
Mientras tanto, la maestra y poeta debió cargar sola con los pesos tremendos de la formación, y mantenimiento de sus cuatro hijos.
Maestra de sí misma
Hernández sostiene que, contrario de lo que se cree sobre su orientación y formación hacia la educación, Salomé fue maestra de sí misma y que leyó cuanto pudo, estableció relaciones con educadores con los que intercambiaba criterios y formando una concepción alrededor del derecho de las mujeres a la educación, aprendió francés e inglés.
Rechaza que todas las ideas pedagógicas de Salomé le fueran transmitidas exclusivamente por Eugenio María de Hostos.
“De Hostos recibió dos aportes: las concepciones liberales en materia social y la metodología educativa sobre la formación de las mujeres, postulados que coinciden con las sus ideas que ella tenía. Pero ella ya tenía forjado un pensamiento político, una plataforma educativa, una visión de género y un planteamiento de cómo construir una nación en ruinas.”
Al enfocar su rol en la transformación de la educación, Hernández sostiene: “Tenía una formación muy adelantada para su tiempo, a pesar de que fue a una escuela de primeras letras, era traductora del francés, superior formación, se dice tradicionalmente fue instruida en conocimiento de lenguas por su padre, y luego por su esposo Francisco Henríquez y Carvajal (en ciencias) y en tercer lugar de Hostos. Pero no, fue maestra de sí misma. No es lo mismo que ser formada por otros, tener acceso a recursos didácticos».
Ella tenía gran pasión. Hostos cuando se le ponderaba para ser la directora del Instituto, decía, que “además de una poeta verdadera ella es una razón juiciosa. Es maestra de sí misma no solo porque es capaz de ensenar lo que a ella se le ha ensenado sino porque ha aprendido a formar en si misma su propio entendimiento”.
Hernández dice que las características de su vida la asemejan a Sor Juana Inés de la Cruz, y que fuera producto intelectual de su padre o su marido, ni en la educación ni en la literatura.
Como poeta
Dice que Salomé Ureña hizo una poesía que aspiraba a una vida nacional en paz, sustentada en el trabajo y el abandono del egoísmo y las políticas de fuerza como método de gobierno y sus confrontaciones incluso armadas, estableciendo eso en poemas exceden en mucho los postulados de su conocidísimo texto En Ruinas.
Recordó que fue ella la primera mujer dominicana en publicar un libro de poesía (1880) que además revelaba una calidad que hizo se enfocaran en ella los críticos y los poetas y que escribió también sus primeros ensayos llamaron la atención de los medios nacionales y extranjeros.
Para documentar el ideario social de la poeta, cita estos textos:
“No basta un pueblo libre, la corona ceñirse de valiente, no importa no, que cuente orgulloso mil páginas de gloria, ni que la lira del poeta vibresus hechos pregonando sus victorias cuando sobre los lauros se adormece y al progreso no mira e insensible a los bienes que le ofrece
de sabio el nombre a merecer no aspira”.
El otro poema reubica al trabajador como fuerza de progreso y paz.
Al incansable obrero
Que con su telar constante vela
Que sin cesar se afana
Y con prolijo esmero
Hace que de algodón o tosca lana
Y en sus rudas entrañas
Abre a la industria salvadora senda”.
Las miserias familiares
Angela Hernández cerró su conferencia, presentando un fragmento de una carta suya, escrita a su marido Federico Henríquez y Carvajal, desde el dolor del abandono familiar y la obvia la mezquindad del esposo ausente, quien se había ido a estudiar a Francia, dejándola en el país abandonada con cuatros hijos: Frank, Pedro, Max y Camila, a los que tuvo que educar y mantener conjuntamente con la tarea de dirigir el Instituto de Señoritas, de los cuales solo Frank no tomó el camino de las letras. Pedro, Max y Camila hicieron de lo intelectual y lo docente, el centro de sus vidas.
El fragmento de la carta dice:
“Soñaba con la esperanza de verte dentro de tres o cuatro meses y me matas diciéndome que el día de vernos esta tan lejano que es posible fijarlo. ¡Pero Dios mío, si yo no puedo vivir así por más tiempo! Si vivo aterrada, si tengo miedo de la vida, si tengo miedo de esta soledad del espíritu. Mentira, mentira: Tu no vives como yo vivo.
Si así fuera ya lo habría dejado todo por volver a mi lado. No quiero títulos no quiero nada que no seas tu. Por grandes que sean las pompas que me aguardan, yo la diera todas por no haber sufrido lo que he sufrido. Esperaba nunca haberme separado del esposo de mi alma del padre amorosísimo de mis pobres hijos.
¿Recuerdas cuando me decías que mis aspiraciones eran muy mezquinas? Yo deseaba un hogar pequeño, un hogar sin lujos, donde vivir contigo y mis hijos, sin cuidarme del mundo con tu cariño y a virtud por toda riqueza.
Mis hijos van creciendo como las plantas salvajes. Yo asustada y con la cabeza llena de pensamientos tristísimos, o tengo aciertos para dirigirlos, para estudiar sus inclinaciones y ordenarlas convenientemente. ¡Cuánta pena me dan! No tienen distracciones.
Me llamo criminal y me digo que esto no es ser madre, no tengo fuerzas para sacudir el sopor que me abruma y consagrarme a su educación. ¿Cómo ha de ser si vivo esperándote y tu no llegas?
¿Cómo ha de ser si por estar en tu búsqueda, me paso las horas con la cabeza entre las manos y el espíritu lejos, muy lejos de cuantos me rodean? Debes pensar que lograr que te reclama, que no puedes disponer de más tiempo porque no te perteneces”.
También revela que Federico Henríquez y Carvajal, en sus cartas desde la comodidad académica francesa de que disfrutaba, la culpaba a ella, si alguno de sus cuatro hijos moría, a pesar de que él se había ido a Francia.
La carta de emocional familiar y de trabajo fue tan terrible que la poeta murió por tuberculosis el 6 de marzo de 1897, a los 45 años.
Los datos de Inés Ortega
Una psicóloga y educadora dominicana, añadió algunos datos a los aportados por Angela Hernández, enfatizando en la trayectoria de su hija única, Camila Henríquez Ureña:
Doña Salomé nació en 1850 y su hijo mayor en 1882. Ya ella tenía 32 años. Camila, la última de los 4 hijos, nació en 1894, cuando su madre ya tenía 44 años. Probablemente este tardío embarazo terminó de arruinar su salud.
Su única hija, Camila Henríquez Ureña, nunca casó. Recibió la protección de su hermano Pedro y una vez comentó que el hombre que ella hubiera deseado para esposo, la vida se lo había dado como hermano.
Trabajaba como profesora en una universidad norteamericana de élite, donde tenía su propio apartamento dentro del campus, cuando estalló la revolución en Cuba, su segunda patria, en 1959; había vivido en Cuba con su padre y su segunda familia por muchos años.
Siendo hija y hermana de quien era, renunció a su trabajo en E.U. y se fue a Cuba a cooperar con la revolución. Fue profesora en la universidad y era tan respetada que, una profesora recuerda, en las reuniones de profesores, en cualquier lugar de la mesa que Camila se sentara, ahí quedaba la presidencia de la reunión.
Doña Salomé era 10 años mayor que su esposo. Es probable que tener cuatro hijos debilitara su salud, cuando quizás no era ya tan joven.
Don Federico se llevó consigo a su hijo mayor cuando se fue a Francia, así como a uno de los hijos del gobernante del momento, Lilís.
“No sé si la decisión de estudiar medicina en Francia la tomó ya viviendo allí, o ya la tenía desde antes de marchar. Probablemente la tomó ya viviendo en París, porque de otra manera doña Salomé no tendría motivos para quejarse porque no regresara meses después de su partida.
Un matrimonio más, esta vez entre dos personas ilustres por sus ideas progresistas y su alta inteligencia, que puede enmarcarse dentro de las historias del subdesarrollo en el Caribe de habla española” dice Ortega.