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Una escuela en Gajo de Monte enfrentada al descuido oficial

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Una escuela en Gajo de Monte enfrentada al descuido oficial

En esa cadena de montañas que se ve azul desde Padre Las Casas, en ese pedazo de cordillera atravesado por un sendero indócil y sinuoso, bordeado de hondonadas y despeñaderos, y a cada paso envuelto en la sonrisa de los manantiales, está Gajo de Monte, una taciturna comunidad de seiscientos habitantes y casi cien años de existencia.

Allí hay una escuela que, a falta de espacio, tuvo que ser partida en dos pedazos: uno funciona en una edificación construida por el Ministerio de Educación en 2011, el otro en una pequeña iglesia prestada en el alto de una colina, detrás de una cañada sin nombre detalla el periodista Vianco Martínez.

La escuela Tomás Delgado -así se llama en tributo al hombre que donó el terreno donde se levantó- va de inicial a segundo de bachillerato.

Cuando se empezó a levantar «la zapata» de la escuela, los padres de los alumnos y los mismos maestros le advirtieron que el centro iba a resultar pequeño para alojar a los estudiantes de Gajo de Monte, Majaguita, El Limón, Botoncillo, El Jobal, Los Vallecitos, Mata de Café y Las Lajas, que ya en ese momento rondaban los cien.

Pero nadie tuvo tiempo de detenerse a escuchar a los hijos de la montaña y ahí están los resultados: una escuela físicamente deficitaria que, por sus limitaciones de espacio y de personal, cada día tiene que apelar a la imaginación de los maestros para salir airosa de su jornada.

En la pequeña iglesia reciben clases cuarenta estudiantes -15 de primero y 25 de segundo- el resto va a la escuela levantada por las autoridades, una edificación desbordada desde el primer día que la entregaron.

“En total, en los dos locales tenemos cuatro aulas; pero no son suficientes para alojar toda la matrícula, que hoy en día es de 153 alumnos”, dice Arismendi Cabrera Cedano, director del centro.

La escuela de Gajo de Monte la hicieron a regañadientes y, en medio de la construcción, le fueron regateando pedazos. Le quitaron un aula, le redujeron los baños, le quitaron el dormitorio de los maestros, le anularon la mitad de la valla perimetral, y se la cambiaron por una alambrada de púas, a pesar del peligro que representa en un lugar lleno de niños.

Al final quedó esto, un centro hecho de pedazos rotos, diezmado por la improvisación y mutilado por la falta de visión y el menosprecio con que las autoridades han tratado siempre a las comunidades de la sierra.

La iglesia donde se imparten el primero y el segundo de bachillerato es una vieja construcción de madera. Allí labora la profesora Elizabeth Alcántara, quien viaja de Guayabal, bordeando cada lunes las caderas de la montaña y tiene en sus ojos la larga noche que le prestó la cordillera. Cuando se sienta frente a sus muchachos con una tiza en la mano, se sienta frente al futuro, pero su lucha por educar a los hijos de la montaña se hace cada día más difícil.

“Mi aula está en muy mal estado. No tiene agua ni luz ni espacio suficiente, y cuando los alumnos y maestros tenemos que hacer una necesidad, debemos ir a la letrina de un vecino.”

Entre los alumnos de la profesora Elizabeth hay una muchacha llena de silencios llamada Yeilín Delgado que cursa el primer año del bachillerato y que quiere ser ingeniera. Tiene 15 años y un bosque de pino anochecido sembrado en la sonrisa.

Yeilin vive en Los Vallecitos, una comunidad que queda muy lejos de su escuela. “Salgo en mulo tempranito en la mañana para poder llegar a las 8:00. Me tomo más de una hora en el camino y casi siempre voy sola. Si llueve duro más tiempo porque el camino se pone muy malo, hasta para andarlo en animales. A veces vengo con un compañero de estudios pero cuando él se va a la loma a sembrar tengo que venir sola. Estudiar aquí es muy duro porque no tenemos ninguna facilidad y las cosas cada vez están peores.”

El liceo de Gajo de Monte no tiene código, lo que lo hace depender de un centro en el Distrito Municipal Las Lagunas, donde el director, Crucito Santos Guzmán, le hace el favor de suplirle algunos materiales educativos, gastables y de limpieza, sacrificando una parte de los RD$75,000 que recibe como presupuesto.

Esa ayuda no puede ser muy grande pues, además de sus propias necesidades, Las Lagunas también tiene que cubrir las de la escuela de El Roblito, inaugurada en enero de 2012 y que tampoco le han asignado un código para que exista en el sistema oficial con todas las de la ley.

Roselín Alcántara -profesor del centro- resalta el problema que esto entraña: “Al no tener código, este centro es como una sucursal de otro, así que no podemos pedirle nada al Distrito Escolar y tenemos que esperar que otro centro resuelva esa situación, en este caso de Las Lagunas, que no tiene muchos recursos y a veces  no conoce nuestras necesidades”.

Expertos en escuelas olvidadas


Los maestros de la montaña son expertos en escuelas olvidadas y aquí está el profesor Damián Alcántara para atestiguarlo:

“Aquí, en Gajo de Monte, no hay un liceo, sino un pedazo de liceo que apenas llega a segundo. Nosotros empezamos a dar el primero de bachillerato en sillas plásticas, en una iglesia que nos prestaron allá arriba. Los estudiantes tenían que escribir apoyándose en las piernas.”

“Empecé dando todas las materias solo; soy maestro de Lengua Española y tuve que enfrentarme con matemáticas, con química, física; estaba dando ocho materias solo; tenía demasiada carga y pedimos una maestra de matemáticas. Nos mandaron una, pero como quiera seguimos trabajando forzados porque ella es de matemáticas, yo de lengua española y tenemos que enfrentarnos con química, con sociales, educación física, artística, formación humana, y nosotros no somos de esas áreas.”

El director Arismendi Cabrera Cedano es nativo de Guayabal pero ha dado clases en Las Cañitas, Los Vallecitos, El Recodo y en los últimos tres años, en Gajo de Monte, todas escuelas olvidadas de la cordillera Central, que hablan y hablan y nadie las escucha porque están situadas fuera de la mirada de los responsables del sistema educativo.

A su paso por esos centros Cabrera lo ha visto todo: la deserción de los alumnos que se van a las lomas cuatro veces al año a trabajar la tierra con los padres, la fatiga de niños que se ausentan porque ya no pueden lidiar con los inconvenientes y las distancias, la partida de las niñas a causa de matrimonios precoces, la dejadez de los responsables de estos centros, las tormentas que los han atrapado entre las montañas y los accidentes de sus compañeros docentes que tienen que viajar cada semana en lo que aparezca.

En esta escuela rodeada de árboles y vestida de lluvia está Raquel Hierro, una maestra de inicial que ha aprendido a leer el mundo en la mirada de los niños, y muchas veces, cuando los ve llegar a su aula, puede descifrar la tristeza que cargan en sus ojos. Pasan los inviernos y llegan las cosechas, y ella está ahí, cargada de sueños; caiga lluvia o salga el sol, ella siempre está de pie, como un faro de luz, con una tiza y un borrador en las manos, susurrando coplas al futuro.

“Estos niños son hijos de la necesidad y cada día hacen un esfuerzo por estudiar y salir adelante pero lo tienen todo en contra. Nosotros los apoyamos en todo lo que podemos y nos esforzamos de darle una formación de calidad. Pero aquí, en las tierras altas, todo se hace más difícil, todo contra la adversidad, y a veces sentimos que la realidad nos está venciendo.”

Sin lógica


En la cordillera Central el sistema educativo perdió la lógica en sus designaciones y en la escuela de Gajo de Monte esta distorsión es emblemática. Hay maestros de básica impartiendo inicial y maestros de inicial impartiendo básica. También hay profesores de matemáticas lidiando con educación física, y maestros de educación física descifrando las matemáticas.

Damián Alcántara es uno de ellos. “Yo estudié lengua española para dar lengua española, y la maestra que trabaja conmigo estudió matemáticas para dar matemáticas y estamos ubicados en otras áreas”.

Aquí hay una profesora de Educación Inicial asignada a Ciencias Naturales, segundo curso de Media y Lengua Española, y un licenciado en letras como responsable de las matemáticas.

A la hora de su nombramiento, los profesores no tienen elección. Necesitan el trabajo y acaban de formarse para él, así que no pueden perder la oportunidad. Además, todos tienen familias que sustentar, tienen las necesidades habituales de los seres humanos y, por lo general, están sin empleo. ¡Cómo lo pueden rechazar!

Un maestro formado en un área tiene que hacer un esfuerzo doble para impartir clases en otra que no es la suya, reconoce Juan José Mejía, presidente de la filial de la Asociación Dominicana de Profesores (ADP) en Guayabal.

Roselín Alcántara opina que esa situación es el resultado del déficit de personal docente. “Eso se resuelve con suficientes maestros. Si la plaza está en inicial o está en Media, bueno, a mí no me toca otra opción, yo quiero trabajar pero esa es la plaza que está libre y disponible para mí, yo lo que quiero es trabajar”.

En su opinión, es difícil obtener calidad cien por ciento cuando un maestro de inicial está dando clase en básica, uno de básica está impartiendo en media y otro de media está asignado a básica.
“No nos ofrecen condiciones pero nos evalúan como si fueran los mejores centros del país”, se quejan todos los docentes.

Según Juan José Mejía, eso sucede cuando la educación se hace a remiendos, como ha sucedido en la zona alta de Padre Las Casas, y sin una planificación de las necesidades.

En el limbo escolar


Ahora que empieza el año escolar 2016-2017 hay otra dificultad: veintiséis jóvenes entraron a engrosar el limbo escolar en el que ya hay numerosos estudiantes en distintas comunidades de la zona, debido a que terminaron el segundo del bachillerato, que es el límite de grados de esta escuela y ahora no tienen dónde ir.

“Ya esos alumnos no tienen opción. Para abrir el tercero de bachillerato no solo hace falta más espacio, sino más maestros”, dice Salvador Ferreras, dirigente comunitario y regidor. La alternativa es ir al liceo de la sección Las Cañitas, varias horas cordillera arriba, pero es un trago amargo, opina.

Para habilitar el tercero, el director Arismendi Cabrera Cedano y sus maestros pidieron prestado un rancho en la comunidad y allí piensan impartirlo este año. “Es un sacrificio extremo que estamos haciendo para que los muchachos no tengan que dejar de estudiar”, dice Cabrera Cedano.

Al final, lo que quedó fue esto: un tercer pedazo de escuela con las mismas limitaciones que la iglesia prestada.

Y así vamos, de rancho en rancho, poniendo remiendos a la educación y levantando nuevas escuelas de ficción en la montaña.


La escuela sigue de pie


Blanco Delgado es un amable habitante de la sierra y sus puertas siempre están abiertas para que entre el viento y para recibir a quienes lleguen a su reino en son de paz. Tiene 76 años, la edad de un patriarca, y siempre tiene a mano el mejor regalo que se le concede a un caminante: una silla y un vaso con agua fresca.

Es él quien cuenta que esta escuela abrió sus puertas al saber de la montaña en el inicio de los tiempos. “La primera escuela de Gajo de Monte fue levantada en la época de Trujillo en las tierras de mi abuelo Compe Delgado, entre esta comunidad y Majaguita”.

En 1998 la trasladaron al centro del poblado, a un terreno propiedad de Leopoldo Delgado, pero fue derribada en 1998 por los vientos del huracán Georges. Luego fue llevada a la iglesia del poblado, donde aún funciona, en las peores condiciones que se pueda imaginar, uno de los pedazos del centro.

Y ahí sigue, de pie contra viento y marea, a la sombra de los pinos y envuelta en la magia del rocío, mostrando al mundo la voluntad de futuro de los hijos de la montaña y la vocación de servicio de sus maestros.

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